El cielo estaba nublado y el viento movía las negras nubes hacia el Oeste. Por los carros de sonido y la única emisora de radio se llamaba a la población a acudir a los refugios. La escuela Belizario Dominguez y el hotel Los Cocos, después del palacio de gobierno, eran las construcciones más sólidas del Chetumal de mediados de los 50s.
Era el 27 de septiembre del año del año de 1955. El personal del ejército recorría las calles casa por casa, invitando a los pobladores a dejar sus inseguras viviendas y acudir a los refugios. El huracán Janet se aproximaba. Yo era un niño de nueve años y junto con mis hermanos mayores estábamos nerviosos. Pero por sobre todo eso, siento que estábamos inquietos y deseosos por vivir la experiencia de sentir lo que era un huracán.
Por el Diario de Yucatán sabíamos que anteriores ciclones habían inundado otras ciudades como el Hilda en Tampico. Allí el agua había subido a una altura de más de un metro. En mi mente infatil, sin capacidad para dimensionar la magnitud de la amenaza, me alegraba la idea de nadar, recorrer las calles en canoa y tirarme de clavados. Para nada pasaba por mi mente la idea de una tragedia, y ni remotamente imaginaba la gran catástrofe que habríamos de vivir.
Recuerdo que la noche antes de dejar nuestra casa para refugiarnos en las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad, ubicadas sobre la avenida de Los Héroes con Zaragoza, jugaba con mis hermanos y decía que el lavadero y la lata del sancocho, donde la ropa blanca se hervía, habrían de desaparecer seguramente. Estaba realmente emocionado ante una nueva aventura que habría de vivir.
Debo decir que anterior al Janet en repetidas ocasiones se había movilizado a la población hacia los refugios. Esto debido a la amenaza de huracanes que a última hora se desviaron sin tocarnos. Este hecho contribuyó sin duda a que mucha gente pensara, que como en ocasiones anteriores, el huracán no nos golpearía. Muchos se resistieron al llamado a dejar sus casas y ser llevados a los refugios.
Para ese tiempo en Chetumal la red de agua potable estaba en construcción. A lo largo de las principales calles del centro de la ciudad corrían profundas zanjas de más de un metro de profundidad. La ciudad parecía una zona de guerra con montículos de tierra y trincheras por doquier. La Comisión Federal de electricidad, por aquellos días instalaba sus postes de luz y líneas de eléctricas. Estaban por inaugurarse las nuevas instalaciones de la planta de luz, construida en la esquina de la avenida Independecia y la calle Zaragoza.
Ese era el panorama de aquella pequeña ciudad de menos de 20,000 habitantes, que nerviosa y alarmada, esperaba la llegada del huracán más destructor de su corta historia.
La noche cayó ese día de Septiembre. Pendientes de las noticias de la radio local y las de Belice, así como de los reportes de la torre de control del aeropuerto, nos fuimos a nuestros respectivos refugios a tratar de dormir. Más bien a vivir una larga y angustiosa noche de espera.
Unos aguardando en refugios construidos de mampostería, otros aguardando en sus frágiles viviendas de techo de lámina de zinc y paredes de madera, y otros más esperaron a Janet en frágiles viviendas de palos y laminas de cartón, o de techo de palma.
En el caso de mi familia, mi padre administrador de la Comisión Federal de Electricidad en ese tiempo, nos llevó a refugiarnos a sus oficinas, construidas de mampostería y techo de cemento. Allí estaban muchas personas, la mayor parte de ellas empleados de Comisión y algunos otros vecinos de ese punto de la ciudad.
Recuerdo mucho a doña Tina Zafra, vecina de enfrente de las oficinas, propietaria de una casa grande. Ella y su familia llegaron a nuestro refugio cuando los vientos comenzaron arreciar. Entre las once y las doce de la noche, se empezaron a oír y sentir, con mayor intensidad, los fuertes vientos y la lluvia que se colaba por las rendijas de las ventanas y puertas. Janet ya estaba sobre nosotros.
Hasta ese instante la inundación no había comenzado. La corriente eléctrica ya se había ido, todo era obscuridad, lluvia, ruidos y rachas huracanadas de viento. De momento el viento y la lluvia cesaron y regresó la calma. El cielo se veía estrellado. En nuestro refugio los constantes rezos calmaron y los comentarios comenzaron a oírse.
¡Gracias a Dios parece que ya pasó dijeron las señoras! No, dijo mi padre y los señores que le acompañaban, esto debe ser el ojo del huracán. Los vientos van a cambiar y van a volver. Entre los compañeros de mi padre recuerdo a Domingo Hernández Pariente, a José Lavalle y a otros empleados de Comisión que de otros lugares de la república habían venido a instalar las plantas de luz y la red eléctrica de la ciudad. Todos esos hombres y mujeres, alarmados pero valientes, estaban viviendo la experiencia más trágica de sus vidas.
Efectivamente, después de aproximadamente una hora, como mi padre y los demás señores habían pronosticado, el viento cambió de dirección y el huracán volvió con mayor fuerza y con más agua. Ahora el huracán nos estaba trayendo enormes olas de la bahía. Fue a partir de ese momento cuando comenzamos a escuchar con más frecuencia los gritos de la gente, que en su carrera hacia la parte alta de la ciudad, especialmente hacia la escuela Belizario Domínguez, imploraban con desgarradores gritos se les abriera la puerta de nuestro refugio. Era la puerta que daba a la avenida héroes. Ellos no sabían que esa puerta, de dos hojas, no podía ser abierta porque detrás de ella estaban apilados refrigeradores y muebles de oficina, colocados para ayudar a contener la fuerza del viento y del agua, que en esos momentos comenzaba a entrar a la habitación. En respuesta a la desgarradora y desesperada petición de auxilio, desde adentro les gritábamos que se dieran la vuelta y entraran por una puerta trasera que daba a la calle Zaragoza.
Al parecer, o no escuchaban, o por las condiciones imperantes no podían darse la vuelta; lo cierto es que los gritos y los golpes a la puerta continuaban ante nuestra impotencia de poder ayudarles. Era una situación de extremo estrés y angustia, tanto para nosotros desde adentro del refugio como para ellos allá afuera.
Mientras eso pasaba, de pronto escuchamos el estallido de uno de los cristales de una ventana y por ella introdujeron a una niña. Era evidente que los familiares y padres de esa niña, en su desesperada lucha por su vida y en su intento de alcanzar el cerro, se enfrentaban a la fuerza del viento, la lluvia, la inundación las zanjas, los cables, los postes de luz caídos, y la obscuridad de la noche.
Era muy difícil que alcanzaran llegar con vida a la parte alta de la ciudad. En esas desesperantes circunstancias, en un acto de amor, decidieron al menos, dejar a salvo la vida de aquella pequeña.
Después de ese incidente el agua comenzó a subir hasta el punto de alcanzar el metro y medio de altura. Los menores tuvimos que subirnos a unos canceles de madera que dividían las oficinas. A partir de ese momento en el refugio comenzaron los gritos de histeria. ¡Salgamos de aquí, vamos a morir ahogados como ratas, decían unos. ¡Vayamos al cerro amarrándonos en cadena, decían otros! De nuevo la intervención de mi padre y sus amigos. No, por favor, calma. Si salimos de aquí no vamos a alcanzar el cerro; el agua está muy crecida y las condiciones afuera son sumamente adversas. Si salimos iríamos a una muerte segura. De aquí nadie sale. Mantengan a los bebés sobre los colchones flotantes de hule espuma y todos estemos listos a subir sobre los muebles si fuera necesario. Ya resistimos bastante, el huracán ya debe de estar por terminar. Me hermana menor de escasos de escasos 5 meses flotaba en un colchón inflable. Mi abuela doña Trinidad de Regil Vda. de Vargas de pronto dijo: Esta niña no está bautizada. El bautizo es válido en estas condiciones y así lo hizo en el nombre del Padre del Hijo y del Espiritu Santo. En agradecimiento a la providencia del todo poderoso mi hermana lleva el nombre de : «Gloria Del Socorro». Después de eso ¡Oramos y esperamos lo peor pero el agua dejó de subir y comenzó a bajar. El liderazgo de los mayores y la fe de encomendarnos a la misericordia de Dios evitó una catástrofe de grandes proporciones y nos salvó la vida.
Muy pronto el viento fue perdiendo su fuerza y el agua comenzó a bajar. Los nuevos rayos de luz de un nuevo día comenzaron a aparecer iluminando un panorama de desolación, llanto y muerte. A través de los cristales de las ventanas lo primero que divisé fue la Casa Abuxapqui totalmente destruida; eran montones de latas de pinturas, herramientas, maderas, telas, y láminas retorcidas.
Los escombros de lo que fueran las casa de Don Luis Rivero y de Doña Herminia Handall, mamá de Don Antonio y doña Lupe, aunados a los restos de la Casa Abuxapqui, se apilaban en una impresionante montaña de láminas y maderas.
Tan pronto como amaneció salimos en dirección a lo que era nuestra casa. El corazón me palpitaba con la esperanza de encontrarla en pié. En nuestro refugio el agua tenía un nivel de unos treinta centímetros todavía. En la ciudad, las partes más bajas seguían inundadas y había bajado totalmente el agua en otras. Al cruzar al otro lado de la calle, hacia el mercado Miguel Alemán, sobre el camellón de la avenida Héroes, estaba una niña de aproximadamente nueve o diez años con un niño como de dos años en sus brazos. Ambos con espuma en la boca y dormidos, para no despertar ya más. La niña en un acto de heroísmo fraterno, había sucumbido sin soltar a su hermanito.
Al seguir en mi camino hacia lo que era nuestra casa que estaba sobre la Calle 16 de Septiembre, en la esquina del antiguo mercado de la venida 5 de Mayo con Zaragoza, estaba desconsoladamente llorando un hombre sobre el cadáver de una mujer mayor. Alcancé a oír entre sus sollozos que le decía; suegrita, se lo dije, véngase con nosotros, pero usted no quiso. ¡Oh Dios mío, Dios mío que vamos a hacer!
Desde lo que fuera la casa de Don Pepe Peraza, sobre la 5 de Mayo, hasta la de don Aladino Polanco, sobre la 16 de Septiembre, todo era destrucción. Había tiradas en el suelo muchas cosas de valor. Yo recuerdo haber visto en la calle un estuche de cubiertos, al parecer de oro y plata. Pero en ese momento ante tal desolación y muerte, nada parecía tener valor. Yo solo quería ver mi casa, la que finalmente vi muy deteriorada aunque afortunadamente en pié. Yo, en esos momentos realmente pensaba que la reconstrucción de la ciudad era imposible.
Recuerdo que la primera noche después del huracán, fue una húmeda noche, todo estaba mojado. Fue una noche de tristeza acompañada de un martillear constante. Eran las familias formadas por hombres mujeres y niños que con lágrimas en los ojos, aún en la obscuridad de la noche, con lámparas y linternas, con clavos y martillos, continuaban su labor de levantar sus tinglados para guarecerse.
Al amanecer del día siguiente, en medio del shock y la tragedia, comenzamos a oír sobrevolar los primeros aviones y a ver los primeros helicópteros aterrizar en diversos puntos de la ciudad. Dentro de lo difícil de la situación vi a muchos chamacos como yo correr a ver los helicópteros que aterrizaban y también los vi correr a la punta del muelle a ver de cerca el primer hidroavión, que con víveres y medicamentos, procedente de Estados Unidos, había amarizado en la bahía.
Después del huracán era frecuente encontrar en los charcos y los pozos de la ciudad pecesitos que la tremenda ola y la creciente de la bahía habían arrojado a la ciudad. Dentro de lo trágico de esos días, era motivo de diversión de la chamacada recorrer los charcos y los pozos de esa ciudad devastada, en busca de esos pescaditos, para atraparlos y conservarlos, en frascos o latas, como preseas de pesca.
“Las almas de los niños siempre encuentran motivos de diversión, aún en los momentos más difíciles y en medio de las más grandes catástrofes”.
Dos días después del huracán, mi tío Fernando Vargas nos llevó al aeropuerto, pues ya se había establecido un puente aéreo para transportar a los damnificados a diferentes puntos del país. Elegimos ir a la ciudad de Mérida donde vivían mis abuelos paternos. Los aviones enfilados en las pistas transportaban primordialmente, enfermos, mujeres, ancianos y niños. Los jóvenes y los hombres mayores que no estuvieran enfermos o heridos no podían volar, debían quedarse. Mi tío nos consiguió un pase para volar ese mismo día. Eramos 6 hermanos, de 12, 9, 6 y 5 años al cuidado de Gladys mi hermana mayor de 15. Gloria, la bebé apenas tenía 5 meses.
Esperamos algunas horas en las pistas del aeropuerto y después nos subieron en un bimotor sin asientos. Era un avión militar que servía para tomar fotos. Lo recuerdo porque venía equipado con una especie de visores que funcionaban como cámaras fotográficas. Una de las alas de ese avión tenía una muy visible rotura, la cual, antes de despegar, en presencia nuestra, los pilotos suturaron con una enorme cinta adhesiva blanca, muy parecida a lo que conocíamos como esparadrapo. Pero que caray, para nosotros, después de haber vivido los peligros del huracán, viajar en un avión con el ala rota no nos asustaba mayormente.
El avión aterrizó en la ciudad de Mérida entrando la noche. En el aeropuerto el servicio de carros de alquiler era totalmente gratuito para todos los procedentes de Chetumal. Los cuerpos de auxilio, como la cruz roja, los policías, la cámara Junior, los Scouts y otros estaban muy dispuestos y organizados para auxiliarnos y transportarnos. Recuerdo un incidente que da muestra de esa buena disposición de la gente de Yucatán por ayudarnos: El taxista que nos llevó a la casa de mis abuelos, muy distante del aeropuerto, después de más de media hora de habernos dejado regresó hasta la casa para entregarnos un biberón. Era el biberón de la bebé que habíamos dejado olvidado en su taxi.
Mérida fue una ciudad solidaria y generosa con todos los damnificados de Chetumal. El Estadio Salvador Alvarado funcionó como albergue mucho tiempo. Allí iba yo a visitar a amigos, paisanos y conocidos, y a compartir con ellos historias y vivencias.
Mis padres y mi hermano Arturo el mayor, que en ese entonces tenía 16 años, se quedaron en Chetumal. Ellos como mayores que eran debían cumplir su trabajo, sumarse a la tarea de enterrar a los muertos, cuidar nuestras pertenencias y reconstruir nuestro hogar. Por ellos y otros amigos supe cómo fueron los días posteriores a nuestra partida:
En la ciudad el ejército cercaba los edificios de los almacenes en ruinas con órdenes de disparar a quienes se les sorprendiera robando. Los jóvenes que anduvieran vagando sin oficio eran reclutados para las labores de remoción de escombros, sepultura de muertos y apertura de calles. En una situación de tanta necesidad no había justificación para ningún desocupado. Un amigo me contó que al él lo habían mandado a poner un telegrama cuando fue reclutado por el ejército. Antes que pudiera ponerse en contacto con sus padres lo pusieron a estibar cadáveres. Era un estado de emergencia sanitaria. Muertos y más muertos seguían apareciendo. La ciudad estaba bajo un muy estricto control militar.
Los cadáveres después de inventariados y de que el ministerio público tomara nota ellos, los no identificados iban a la fosa común. Me cuentan que la espuma en la boca de muchos de ellos en ocasiones tapaba su rostro y había que remover esa espuma para poder identificarlos. En los monumentos a lo largo de la avenida de Los héroes se colocaron muchos cadáveres para su identificación.
Como veterano de esta historia, y después de pasados 68 años, veo mi Chetumal y no puedo menos que sentirme ufano y orgulloso de mi ciudad. Como muchos de los sobrevivientes de esa tragedia, valoro lo que con esfuerzo y sacrificios, los nativos y los avecindados, hemos sufrido, hemos construido y hemos logrado.
Hoy, en este especial día de remembranzas, comparto con los que sienten suya esta ciudad que me vio nacer, esta mi historia que a la vez sirve como un tributo y un homenaje a su renacimiento y desarrollo..
Mario.
Tio, siempre me han encantado sus historias y anececdotas que nos, esas que nos contaban cuando eramos chamaquitas, y en especial las histrorias del cicløn Janet.
Gracias por compartir en tu espacio estas experiencias tan valiosas, la historia es fundamental en el desarrollo de un individuo y de una comunidad que como Chetumal merece todo mi respeto por todo este sufrimiento y por su valor para levantarse.
Como ya te he platicado, yo llegué a Chetumal en enero de 62 con 11 años y lo dejé en mayo de 66. En ese tiempo aún estaba muy fresca esta tragedia y los fuereños como yo recibimos todo tipo de información verbal al respecto.
Recuerdo entre otras cosas que nos decían que el mar se retiró de la bahía muchos cientos de metros y regresó con toda su fuerza para inundar la ciudad en toda su parte baja hasta llegar a lo que llaman «el cerro» donde está el hotel los Cocos.
Fué algo impresionante sin duda. Pero dime Mario, ¿tienes idea de cuanta gente murió? Felicidades por llevar a cabo el recuerdo.
Armando:
Muchas gracias por tu comentario y compartir tus gratos recuerdos de Chetumal. Siempre será muy grato para mi encontrarme con tus visitas al blog y tus comentarios. Te comento que el número oficial de muertos fue impreciso. Lo que te puedo decir es que en las calles se apilaban muchos cadáveres que voluntarios y soldados cargaban en camiones del ejército con destino a la fosa común.
Mario, excelente crónica, a veces tan conmovedora que me hizo llorar, gracias amigo por compartir con nosotros esa experiencia dolorosa que fue el parteaguas del renacimiento de nuestra ciudad. Nuevamente te felicito de todo corazón.
Gracias Mario por compartir tu historia, muy triste y desgarradora pero efectivamente asi fue ese ciclon. Yo me acuerdo muy poco por que tenia a penas 5 años y nosotros lo pasamos en el hospital Morelos que estaba hasta reventar de personas. Saludos!!
Hola hermano yo soy la bebe «Gloria del Socorro» de 5 meses y que según me contaron nuestros padres fui bautizada en ese momento de desesperación por nuestra abuela Doña Trinidad De Regil con la misma agua del jannet y encomendada a la virgen del Perpetuo Socorro. Gracias por recordar y narrar tu experiencia y compartirla con los que han escuchado hablar de este fenómeno pero no lo vivieron o no lo pueden recordarlo, como es mi caso. Felicidades por tan buena narración. Besos.
Tio un hermoso relato de la vida de nuestra familia en ese momento tan crucial, muchas felicidades un abrazo y un beso
Querido Sobrino, Muchas Gracias por tu bonito comentario. Te quiero mucho.
Muy interesante y bien relatado, felicito a la gente que como tu se sienten orgullosos, de haber estado en esos momentos históricos de nuestro Chetumal ,gracias.
Gracias por compartir esta historia. Yo no estuve cuando eso porque no habia nacido, pero mis padres y mis hermanos si lo vivieron, ellos estuvieron en la escuela belisario dominguez y segun me han comentado, cuando estaba lo mas fuerte del huracán, se metieron a los baños, parecian como se dice vulgarmente «sardinas», pero gracias a dios pudieron conservar la vida. Te felicito Mario por tan conmovedor relato y por esas hermosas imagenes de nuestro antiguo y hermoso Chetumal.
Hola Rosa:
Muchas gracias por darte el tiempo de dejar tu comentario. Me gustaria me dijeras como llegaste al blog, donde radicas ahora y sobre tu familia. Tenemos un grupo en facebook «Chetumaleños de Buena Cepa» búscalo con ese nombre y, si te interesa, solicitas entrar. Allí compartimos recuerdos, imágenes e historias del antiguo Chetumal. Un saludo afectuoso.
Nada que agradecer mario. Accidentalmente encontre esta pagina y me intereso cuando se hacia la remembranza del huracan mas devastador de payo obispo. Pertenezco a la familia olivera martinez. Mi abuelo era DON SATUL, quien trabajo toda su vida como sepulturero del único cementerio que teniamos todavia hace 25 años aproximadamente, Ya que campos del recuerdo es de hace 20 años para aca.
Querido primo: Debo comentarte que tu relato histórico a sido muy conmovedor. Y más el saber que CHICHI TRINA,como le decimos nosotros a nuestra abuela, una ves más demostró su congruencia ,coraje y determinación al proceder al bautismo de mi prima Socorro.
Hay que prestar atención que en esa ocasión la mayoría de los habitantes de Chetumal demostraron su determinación de reconstruir con mucho esfuerzo lo que hoy sigue siendo la capital del ESTADO. Por eso es la urgente necesidad que tenemos los Chetumaleñoos de defender lo que a muchos les costó la vida para darnos una ciudad y una identidad.
Enhorabuena primo.
Muy querido primo Sergio:
Comienzo este día leyendo tu comentario. Me siento muy contento con el gusto que me ha dado. Tu sabes cuanto queríamos a la Chichí Trina. Su huella está presente en nuestra genética, pero más que todo, en nuestro corazón. Te mando un abrazo muy fuerte.
Fijese don mario que mi suegra la señora TERESA LIDUVINA ACOSTA JIMENES,tambien vivió el huracan Janet y siempre que está haciendo reseñas de lo que pasó, me dice ella: no no fue asi como dices por que yo estuve ahí lo vivi. Y le digo pues hable comente, platique de ese pasado que a muchos nos interesa. Ella tiene 76 años y nos cuenta tantas historias tan bellas como las que usted nos relata. Que hermoso y aqui encaja bien ese dicho de RECORDAR ES VOLVER A VIVIR.. y que bueno que después del desatsre natural tan tremendo hoy en día halla alguien tan valioso para contarnos todo esto que muchos no vivimos en su momento.DIOS LE BENDIGA.
Excelente relato Don Mario, saludos.
Un saludo afectuoso ingeniero, gracias.
Don Mario, lo saludos desde Guadalajara, buscando informacion de Chetumal encontre su blog y ha sido para mi una grata experiencia el leer sus relatos en especial de ciclon Janet, ya que yo naci en Chetumal y soy sobreviviente de esa tragedia, yo tenia 10 meses y 5 dias de edad, y mi mama QEPD me platicaba como sobrevivimos mi papa, ella y yo su primogenito, mi papa QEPD trabajaba como gerente de TAMSA Transportes Aereos Mexicanos, el Sr Jose Luis Aller Partida originario del DF y mi mama Marina Caro de Aller de Magdalena Jalisco, mi mama me menciono que tenian mas de un año viviendo en Chetumal, y en varias ocaciones tambien menciono la calle en que viviamos, pero la verdad no lo recuerdo, solo sé, que enfrente habia una panaderia y que los dueños eran amigos de mis papas y que me regalaban pan, recuerdo que habia una foto de la casa que era de dos pisos y si la memoria no me falla en la planta baja estaba la oficina de mi papa y viviamos arriba, pero no se donde quedo, tambien platicaba mi mama que nos quedamos en la casa y que despues tuvimos que salir y me amarro a ella con un rebozo y caminando en la inundaccion cayo en un hoyo ella decia que muy probablemente era el hueco de una palmera que habia sido arrancada de raiz por los fuertes vientos y mi papa nos saco y que yo tome mucha agua, que despues de eso ella creia que habia muerto por que no percibia mi respiracion, comentaba que con mucho trabajo llegamos a la casa de un doctor amigo, que ahi nos refugiamos y ahi se dio cuenta que yo seguia con vida, comenta que en la casa del doctor aunque semi destruida e inundada pudimos resistir y que a mi me puso arriba de una mesa junto con otros bebes arriba de unas sillas, despues de eso al dia suguiente ella y mi papa fueron a buscar la casa y solo encontraron puros escombros, comentaba que ya de regreso cerca de lo fue nuestra casa en la raiz de una palmera que estaba en la parte alta de un monton de escombros, vio lo que parecia un vestido de novia y por el tronco inclinado de la palmera y sin hacer caso de la negativa de mi papa para que no subiera, ella trepo a la raiz y encontro que ese era su vestido de novia y logro rescatarlo, tal como usted lo describe, mi papa consiguio enviarnos en el primer vuelo a Merida, y de ahi al D.F., el se quedo para ayudar en la coordinacion de la aerolinea en el puente aereo y tambien para la reconstrucion, en cuanto pudo y termino su labor en Chetumal, regreso al DF para reunirse con nosotros y al poco tiempo renuncio a TAMSA, nunca mas regresamos, pero yo tengo ganas de algun dia ir a conocer la ciudad en donde naci y volvi a nacer , he estado en Cancun pero me hace falta ir a Chetumal, buscare entrar a facebook de cualquier forma le dejo mi correo es allerespinoza@yahoo.com.mx, ojala usted tuviera algo mas de informacion de TAMSA
Atte. Jose Luis Aller Caro
Señor Aller:
Es para mi un gran gusto leer su historia y constatar su liga con esta tierra que lo vió nacer, y como dice revivir. Entre los artículos publicados en el blog hay uno que se titula Pedro Infante mi amigo de la infancia. Realata una vivencia que tuve con Pedro cuando niño y el piloteaba para TAMSA donde su padre trabajó. Reciba un afectuoso saludo con el gran gusto de contactarle. MARIO.
Mario:
Con mucho interés estoy leyendo la narrativa de tu experiencia del huracán Janet. Que impactante debe haber sido para ti como niño vivir esa experiencia.
Mucha gente no tuvo la guía de un adulto preparado que les oriente como lo hiso tu papa, o las casas no reunian condiciones de seguridad que les permitiera sobrevivir.
Los sobrevivientes han transmitido a sus hijos o nietos sus propias vivencias. Después de leer tu relato entiendo porque todavía hay personas como tu compartiendo la historia e inculcando el amor por este terruño que los vio nacer y que han visto renacer con mucho esfuerzo.
Gracias .
Hola Ana, gracias por tu visita a mi sitio, por tu lectura y tu comentario. El Janet fue una experiencia que siempre será recordada porque marca un antes y después de la historia de nuestra ciudad de Chetumal. Recibe con mi agradecimiento un cariñoso saludo.