Mi tristeza es un mar; tiene su bruma
que envuelve densa mis amargos días;
sus olas, son de lágrimas;
mi pluma está empapada en ellas.
Hijas mías. Vosotras sois las inocentes flores,
nacidas de ese mar en la ribera;
la sorda tempestad de mis dolores,
sirve de arrullo a vuestra edad primera.
Nací para luchar; sereno y fuerte;
cobro vigor en el combate rudo;
cuando pague mi audacia con la muerte,
caeré cual gladiador sobre mi escudo.
Recuérdenme así pues de los hombres,
ni desdeño el poder ni el odio temo;
pongo todo mi honor en vuestros nombres,
y toda el alma en vuestro amor supremo.
Para salir al mundo vais de prisa.
Ojalá que esa vez nunca llegara;
Pues hay que ahogar el llanto con la risa,
para mirar al mundo cara a cara.
No me imitéis a mí, yo me consuelo
con abrir más los bordes de mi herida,
imitad en lo noble a vuestro abuelo:
Sol de virtud que iluminó mi vida.
Orad y perdonad; pues siempre es inmensa,
después de la oración, la interna calma,
y el ser que sabe perdonar la ofensa
sabe llevar a Dios dentro del alma.
Sea vuestro pecho de bondades nido,
no ambicionéis lo que ninguno alcanza,
coronad el perdón con el olvido
y la austera virtud con la esperanza.
Sin dar culto a los frívolos placeres
que la pureza vuestra frente ciña,
buscad, alma de niña en las mujeres
y buscad, alma de ángel en la niña.
Nadie nace a la infamia condenado,
nadie hereda la culpa de un delito,
nunca para ser siervas del pecado
os disculpéis clamando: estaba escrito.