La Explanada de la Bandera de ChetumalHoy quiero recordar uno de los espacios con más historia de nuestra ciudad. Me refiero a la “Explanada de La Bandera” con su obelisco  que se eleva majestuoso en su bahía.  Arribar  a Chetumal desde el mar  y distinguir a la distancia el obelisco nos produce, a los que aquí nacimos o crecimos, una especial mezcla de sentimientos de identidad, pertenencia, nostalgia y orgullo. Es el centinela, siembre erguido, esbelto y vigilante que nos anuncia que estamos  en casa. Es el mensajero que, después de un largo  viaje, o de una larga ausencia, nos hace sentir, como el perro fiel y cariñoso, la enorme dicha de volver  a lo nuestro, y estar con los nuestros. Así pues, este especial sitio, al que guardo tanto cariño, merece dedique unas líneas para decirle todo lo que para mí significa.

Desde muy niño  acudir a la explanada, por las noches, en domingos o días festivos, era para mí motivo de gran regocijo y diversión.  Sus dos  águilas fueron responsables de  imborrables cicatrices que habrían de marcarme de por vida, lo mismo en mi  cabeza, que en aquel corazón de mi infancia, lleno de ilusiones y ansias por vivir.  Cuanta  sensación de plenitud me dieron y les  dieron a tantos niños de ayer, niños quizás con otra mentalidad y otras costumbres.  Quizás costumbres más austeras,  quizás formas de vida con más carencias, aunque, seguro estoy, fuimos una niñez  con más sustancia. Me cuestiono: ¿Será la misma sana sensación de dicha la que los juegos modernos, con su gran tecnología y adelantos de la ciencia,  causan a la niñez actual? Me pregunto: ¿Cuánto de esa capacidad de dicha, nacida de la sencillez, se va perdiendo cuando los padres  llenan a sus hijos de tantos juguetes? Bien se ha dicho, que la diversión, está en el juego, no en el juguete.

La explanada es también nostalgia y recuerdos que evocan nuestra época de estudiantes. Cuantas  veces compañeros de la escuela se desmayaron  bajo el rayo del sol abrazador en un acto cívico o en un día de la bandera.  Cuantas generaciones de conscriptos juraron honrar y defender nuestro lábaro patrio, un cinco de mayo, en aquel lugar.

Originalmente entre  la Explanada  y el Parque  Hidalgo había una calle, la calle Esmeralda, y la avenida de Los héroes terminaba en ella. Había otra calle que partiendo del costado izquierdo de la explanada terminaba en el Cine Teatro Ávila Camacho y dividía un tercer parque con juegos infantiles. De ella no recuerdo su nombre.  Formando casi un triangulo equilátero, la Explanada estaba bordeada por bancas de concreto en sus dos lados, los cuales convergían en el obelisco. En la base de aquel gran triangulo, mirando al Parque Hidalgo, continuaban las mismas bancas, solo interrumpidas por tres  entradas principales, una al centro y dos a los costados. Entre el nivel de la calle y el piso había un gran escalón que también funcionaba como asiento o banca de concreto, sobre todo en los eventos deportivos y los bailes populares.

Desde la época de nuestros padres, en los años 40s, esta plaza pública funcionó como el centro por excelencia del deporte del basquetbol. La Secundaria por Cooperación Andrés Quintana Roo, precursora de la escuela secundaria Adolfo López Mateos, fue la primera en la ciudad, ubicada donde  anteriormente fue la casa de los gobernadores, sobre la calle 22 de Enero. Esta escuela  se encontraba a escasos cien metros de la Explanada.  Posteriormente sería  reubicada en la misma calle, pero  en la esquina con Cinco de Mayo, donde anteriormente funcionó el primer mercado de Payo Obispo, el Mercado Leona Vicario. Tanto en su primera ubicación como en su segunda, la escuela siempre utilizó la Explanada para todos sus actos cívicos y para la práctica del basquetbol.

Por aquellos años los maestros de educación física eran realmente unos apóstoles de su oficio. Las escuelas primarias de la ciudad eran tres, la Belisario Domínguez, la Álvaro Obregón y la escuela Hidalgo, o escuela de las madres. Para mi maestro de cultura física su rutina de trabajo consistía en dar sus clases en la  escuela por la mañana, entrenar a nuestro equipo de futbol por la tarde y llevar la anotación de los juegos de  basquetbol o patinar por la noche con nosotros  en la explanada.

Con la llegada del cuerpo de zapadores a la  zona militar vinieron a la ciudad una gran camada de jóvenes militares que abrían de competir con los del patio, tanto en el terreno de las conquistas amorosas como en el terreno de los deportes. Entre esos  militares llegaron muy buenos deportistas que habrían de conjuntar excelentes  y aguerridos equipos, tanto de futbol como de basquetbol. Las bandas de guerra era otro motivo de competencia de nosotros con ellos.

Por el  lado de los locales estaban los  estudiantes  de la escuela secundaria, quienes en ocasiones eran reforzados por nativos que  que estudiaban en Belice.  La rivalidad entre estos dos grupos de jóvenes creaba, en el ambiente de la época, una gran competencia en muchísimos aspectos de la vida social y deportiva. Muchos de aquellos militares, subtenientes en ese entonces, habrían de terminar casados con las muchachas de Chetumal y ser troncos de nuevas familias de Chetumaleños.  Fueron memorables los grandes encuentros que, por un lado los militares, cuyo nombre era “Los Zapadores”, y por el otro los jóvenes lugareños, que llevaban el nombre de: “Los Conscriptos”, habrían de protagonizar para el deleite de nuestra sociedad.

Eran encuentros nocturnos de basquetbol que despertaban tal expectación que eran transmitidos por la única difusora de radio que había en la ciudad. Los tableros de madera y las canastas de cabilla de aquella nuestra cancha, descansaban en unas rudimentarias estructuras construidas con  rieles de tranvías con un gran contrapeso en su parte posterior. El piso era de cemento con un gran registro de desagüe para el drenaje pluvial en el centro. Ese centro que en los bailes  era el refugio de las parejas de bailadores. Allí se bailaba de pegadito, escondidos entre la multitud del ojo  de aquellas  mamás chaperonas que desde las bancas observaban bailar a sus hijas.

La Explanada de ChetumalEn ciertas ocasiones, en la época de abundantes lluvias, la explanada se inundaba,  y los jugadores, si queríamos jugar, debíamos secar la enorme área. Muchos compañeros, generosamente dispuestos, traían trapeadores y jaladores de sus casas, en una desesperante tarea contra el tiempo, para dejar nuestra cancha  en condiciones.  Cuantos compañeros  hacían en la Explanada una labor de limpieza que no hacían, o renegaban de tener que hacer en sus hogares. Era un bonito ambiente de camaradería y de solidaridad; solidaridad y compañerismo  que mucho nos unía, como deportistas, como amigos y como paisanos.

Memorables también eran los partidos de nuestra selección de basquetbol con la del país de Belice. Eran también eventos que despertaban tremenda expectación y congregaban a numerosas familias, jóvenes, ancianos y niños. Toda la familia congregada en aquel lugar. Nombres vienen a mi mente, de jugadores, de equipos, de árbitros y de anotadores,  más, por no cometer omisiones imperdonables, prefiero no mencionar ninguno. La banda de música de policía era otro atractivo que no podía faltar y desde el quiosco del parque amenizaba, con sus mejores piezas, aquel ambiente social y deportivo del inolvidable Chetumal de los 60s.

Entre el parque “Hidalgo” y el parque de “La Madre”, sobre la avenida héroes estaba el restaurante de “Fina Muza”, lugar donde se daban cita los más prominentes personajes de la vida social, política y militar. A ambos lados de este tramo de calle estaba el sitio de taxis; escasos vehículos de la época que no creo pasaran de veinte. Para ciertos  bailes de carnaval, cuando se traían grandes conjuntos, la explanada se cercaba con rejas de madera. La cerca abarcaba una buena parte del parque Hidalgo.

En los años ochentas fui presidente del comité organizador del carnaval. Habíamos contratado al famosísimo “Chicoché y la Crisis”. Era un lunes, y después de los bailes del sábado y domingo, no esperábamos mucha asistencia. Atendiendo esta consideración, decidimos poner a precios muy accesibles  las entradas. Nunca imaginamos la gran aglomeración de gente  que este baile causaría. Fue una locura. En una improvisada taquilla hecha de tablas se vendían las entradas y la gente se amontonaba y hacía una enorme cola por entrar. De pronto el conjunto comenzó a tocar y la gente a empujar. Las personas de la entrada,  alzando sillas plegables como escudo, contenían la embestida de la multitud;  la cerca crujía,  los taquilleros, con el dinero de las entradas, estaban pálidos a punto de ser arrollados por la multitud. Fue un momento de extremo peligro. Pedí a los taquilleros que se subieran, con el dinero de las entradas, a uno de los árboles del parque bajo del cual estaba la taquilla.  Después de ello ordené dejar libre la puerta. La gente entró como una estampida en tropel y la explanada se llenó a tope. Fue un tremendo susto, que pudo ser de terribles consecuencias.

En otra ocasión, a finales de los 60s, tocaban en la explanada “Los Aragón”, conjunto de la ciudad de Mérida en la cúspide de su popularidad disquera y  musical. Entre una de sus tantas buenísimas piezas, recuerdo La Vaca Vieja, Amor Indio, y Tema de Tracy.   Era un sábado y todo mundo se preparaba para el baile, las muchachas atestaban los salones de belleza  solicitando  ser arregladas y peinadas para lucir  más bellas aquella noche. Eran unos protuberantes peinados que se hacían en la cabeza, peinados  que más parecían nidos de yuya. Así, engalanadas, con lo último de la moda, con sus minifaldas y sus siete pisos en la cabeza, las muchachas acudieron a ese gran baile de la explanada, evento que prometía  ser una apoteosis de diversión. Aquella explanada lucía repleta cuando, de pronto nos cayó encima un inesperado como torrencial aguacero. Todo mundo a correr. Era tal la intensidad de la lluvia y el amontonamiento de la gente que resultaba imposible alcanzar la salida en esa tremenda contingencia. Muchos se refugiaron debajo de las mesas de madera, otros simplemente ya no hacían nada  por correr, pues, como dijera aquel niño sin pañal, ya pa’qué.  A aquellas muy arregladas muchachas se les escurría la pintura, se les desarreglaban los peinados y se les desgajaban los pelos sobre la frente. Hubo una chica a quien  se le encogió la tela de su vestido y le aparecía el fondo. Era patético ver aquellas caras y fachas de lo que, unos momentos antes, habían sido unas  muy arregladas y elegantes damitas, dispuestas a pasar una noche de gran diversión y galanura.  Era trágico y cómico a la vez, ver los rostros de desencanto e impotencia, de tantas señoras y muchachas,  con los tacones en la mano,  caminar descalzas bajo el torrencial aguacero.

Hoy,  al ver la nueva y moderna  imagen de la explanada no puedo evitar viajar en la imaginación a aquellas épocas de diversión, de risas  y de alegría. Épocas, intensamente vividas, que día a día van siendo parte de nuestra historia.

Hasta la próxima.